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Refundación (1929-1936)

El Orfeón ha sido para los burgaleses una institución aceptada plenamente, construida pacientemente por el idealismo de todo un pueblo que ha interpretado sensaciones y vivencias de su propia sociedad. Su etapa fundacional la ocupan los maestros Garay y Artola. Luego… casi el silencio.
A finales de los años veinte se produce una fervorosa impulsión en el seno del Ateneo de Burgos. Según cuenta Mª Cruz Ebro, en febrero de 1929 el Orfeón cobró vida propia, se nombró presidente electo a Leandro Gómez de Cadiñanos y se encargó la dirección artística al compositor Antonio José, que tomó posesión el 15 de mayo. Su objetivo: el canto popular, una manifestación espontánea y honda de ideas y sentimientos de un pueblo.
En este período breve se produjo una estrecha, íntima articulación entre sociedad coral y sociedad burgalesa. Y el Orfeón no se desmembra; sobrevive. Algo tuvieron que ver el intenso anhelo espiritual, el pujante deseo de superación, voluntad de trabajo, entusiasmo y fe. Con esos ingredientes se trabajó duro, presentándose al pueblo de Burgos en el templete del Espolón. Antes, en el salón de Jueces del Ayuntamiento, el alcalde Ángel García Bedoya entregaba el estandarte del antiguo Orfeón de Artola y Antonio José, su director, recibía una artística batuta cincelada por Maese Calvo. Las notas del Himno a Castilla llenaban el espacio a la vez que se recordaba con emoción a José María Beovide. Más tarde, el Ayuntamiento de Burgos propone la creación de la Escuela Municipal de Música vinculada al Orfeón Burgalés, que en sucesivas etapas se transformaría hasta convertirse en Conservatorio.
Y llegan los éxitos: en julio y septiembre de 1929, la coral burgalesa se presenta en el Teatro Principal; luego visita Palencia. Alguien escribe en el Castellano: “esto es más que una embajada. Enorme triunfo del Orfeón Burgalés, heraldo venturoso, mensajero de arte, paladín de afectos espirituales”.
En 1932 inicia una gira artística por la provincia y los pueblos se llenan de canciones, danzas, trajes, fiestas. Otros hitos históricos de esta etapa: Burgos y Castilla. De estos conciertos se hace análisis interpretativo, enriqueciéndose este período áureo, intenso en consecuciones, fértil en ideas. La masa coral burgalesa es recordada por sus obras y éxitos bien cimentados.

Fuera de Burgos, en los centros musicales de Barcelona se sigue con especial interés la labor artística del Orfeón, guiados por la talla de sus programas. En la “Fiesta de Castilla” celebrada en Palencia en 1930, el Orfeón dejó profunda huella interpretando música clásica y popular. Santander, Torrelavega, Logroño son testigos de su buen hacer. En 1934, Palencia vuelve a acoger al Orfeón en un concurso de corales.
La fama de la coral burgalesa y de su director, Antonio José, ha calado en los círculos musicales de España. La revista “Crónica” escribe: “Burgos tiene un Orfeón, que es el esfuerzo de un hombre que, con labor lenta, persistente, paciente de educación musical y disciplina social ha coronado el éxito”.
Tristemente, 1936 marcaría el final de esta etapa.

 

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